Entrevista y redacción: Juan David Prado
Edición y ajustes: Miguel Tejada y Juan Pablo Laguna.
Digamos que sí, que varias situaciones me condujeron a interesarme por el laboratorio del maestro César Iván Potes. Desde la sugerencia que me hicieron en el comité de Nexus, el vistazo fugaz al póster en la cartelera de la Escuela de Música (con el llamativo nombre de Laboratorio de creación colectiva y música experimental) y una mención espontánea a César en una clase a la que asistí. Digamos que El laboratorio es una iniciativa que surge dentro del espacio de El Colectivo, como un entorno para la experimentación musical con los estudiantes, para reunirse a jugar, a hacer lo que quisieran. Esta propuesta resonó con mi indagación particular por la creación, en especial al situarse por fuera de la academia, pero valiéndose del lenguaje tradicional de la música.
Nacido en Buga y formado en Cali, César Potes es egresado de la Escuela de Música de la Universidad del Valle; allí fue docente, como también lo fue en Bellas Artes y en el Instituto Popular de Cultura, entre 1985 y 1989. El interés por la composición estuvo abrazado a su quehacer como profesor, oficio del que tomó provecho para componer e improvisar con sus estudiantes, creando así numerosas obras. Esta disposición para crear lo llevó a seguir formándose en Estados Unidos, donde también desarrolló su vida artística por más de 30 años, hasta que un día regresó a Cali. Con algo de nostalgia (que comienza a diluirse, como todo) César reconoce que, al salir del país, no logró las dinámicas creativas que buscaba. Por esto, el presente laboratorio se erige, a lo mejor, como una oportunidad que le permite volver a experimentar y a jugar con lo musical, con lo sonoro.
Entonces:
Como un intruso sobre el que no reparaban mucho, asistí al espacio. Conocí a sus integrantes: los hermanos Flórez (Silvana y Sergio), a David (que cocina comida vegetariana) y a David Quesada (cara familiar en el Coro Magno de la Universidad). Después a Natalia Gil, a Daniela Arévalo (con su saxofón alto y un estuche-ataúd con su saxofón barítono) y a María Fernanda y Daniella, justo antes de comenzar el ensayo.
Como rezan los anuncios de estaderos, hoteles modestos y otros metederos para vivir la vida: buen ambiente familiar. Me sentí a gusto en el espacio, sobre todo por el trato de César hacia los integrantes. Ofrece su nevera, su cocina a Natalia. Los chicos le hablan de “vos” y de “César” (de pronto me parece curioso el protocolo y el trato formal que algunos adquirimos al pasar por la academia). Pienso ahora en una escena cercana, en la visita familiar (especialmente a casa de los padres) en la que mi nevera es tu nevera. Un par de horas después, esta sensación sería más clara cuando los vientos, dos flautas y saxofón barítono, ensayaran junto a la guitarra en la habitación del maestro.
Si bien todas las personas que están aquí tienen afinidad por la música, provienen de vidas diversas: dramaturgia, artes plásticas o literatura. Todas hallan en la música un pretexto para permitirse la alegría de la creación, para encontrarse. Durante mi paso por la carrera, deseé encontrar espacios de juego en la academia1, ocasiones y lugares donde se promovieran exploraciones paralelas a las (valiosas) orientaciones más tradicionales con las que sí o sí contamos. César mencionó que le gustaría acercarse, otra vez, de alguna manera, a la Universidad del Valle, y a mí me encantaría verlo vinculado, por ejemplo, a una asignatura electiva con un tentáculo en su laboratorio de creación, en la que se invite a estudiantes a jugar de formas más libres, diferentes, con la música y, especialmente, en colectivo. Sé, por discusiones en diferentes clases y conversaciones esperando el café, que sería una experiencia bien recibida por los estudiantes; sé que muchos deseamos un paisaje expandido de las actividades más acostumbradas y típicas de la formación musical académica; sé que muchos desean no enclaustrarse únicamente con estudiantes de música, sino también con personas musicales, familiares a expresiones artísticas más amplias y diversas.
Y bien, aquí va una entrevista que le realicé al maestro en una de mis asistencias al laboratorio, una conversación en la que el espacio y sus intereses experimentales, creativos, juguetones, son el centro del diálogo y de esta apuesta sonora, sensible.
JUAN: Maestro, cuando se habla de un espacio también es importante hablar de la persona que lo crea, que lo imagina en su cabeza y luego lo materializa…
CÉSAR: Yo soy de Buga, donde empecé a estudiar música con Carmen Vicaría de Escobar, una profesora de piano muy conocida allá. Desde los 14 años decidí que quería hacer música, y me puse a hacer cosas en el piano y la voz. Desde ese momento pensé que me gustaría ser compositor. Vine a Cali a los 16 años y entré a la Universidad del Valle. Estuve allí hasta 1980, porque entré primero como estudiante de bachillerato, y hacía lo que llamaban Estudio Musical Básico. Luego, cuando me gradué de bachillerato, continué con la carrera, y al terminar empecé a enseñar en varias de las instituciones musicales aquí en Cali: en el Conservatorio Antonio María Valencia en Bellas Artes, en el Instituto Popular de Cultura y en la Universidad del Valle. Recuerdo que fue un periodo muy bonito; como tenía tanto interés en la composición, lo que hice, en la enseñanza, fue hacer tanta música como fuese posible a través de la improvisación. Esas improvisaciones las quise canalizar en algún tipo de formato que pudiera usarse en presentaciones.
Recientemente, ha sido agradable encontrarme con personas con las que trabajé en ese tiempo, en los 80, y ver que todavía recuerdan la buena experiencia que tuvimos. Me preguntan si no continué con esos ejercicios, y curiosamente esa experiencia no pude duplicarla en ningún otro lugar. Fue muy particular. Creo que es porque estaba empezando, y por la mística con la que uno comienza. Fue un periodo que recuerdo con mucho cariño. Me parece extraordinario lo que se vivió en ese momento. Ahora, de cierta forma, siento que estoy volviendo un poco a eso, a hacer música con gente joven y a revisitar ese tiempo feliz de los 80.
En 1989 me fui a hacer estudios de posgrado en Estados Unidos y estudié allá por varios años. Fue un máster y un PhD, ambos en composición. El máster lo hice en Nueva York, en la Aaron Copland School of Music. Luego fui a la Universidad de California, en San Diego, a hacer un doctorado. En 1998 terminé y quería seguir explorando la oportunidad de hacer música en los Estados Unidos, me presenté a algunos trabajos y conseguí uno en Michigan, en un colegio, y allá me retiré en el 2017.
Después de mi retiro, quería tener la oportunidad de pasar medio año en Estados Unidos y medio año en Colombia, como para tener actividad musical en ambos países, pero también en Francia, donde tengo una hermana que visito mucho. Allá he tenido la oportunidad de conocer a muchos colegas. Quería tener la posibilidad de hacer música en diferentes partes, pero no resultó la idea. En Estados Unidos, después de la pandemia, me di cuenta de que estaba muy aislado musicalmente, pero ahora estoy aquí, y estoy muy contento, precisamente por lo que estamos realizando en este espacio. Otra cosa que puede complementar la pregunta de cómo me veo y quién soy tiene que ver con que en los 80 ya tenía interés por la improvisación, que siempre ha estado junto a la composición. Ahora lo que hacemos tiene mucho de eso, y tenemos también mucho interés por experimentar.
J: Me comentaba que en Colombia, en Cali, sí hubo un eco en su deseo de tener una red, vínculos musicales para trabajar, y me gustaría que me mencionara un poco sobre la llegada a Cali. Me imagino que el contexto musical de la ciudad era uno cuando se fue y otro cuando regresó. ¿Con qué se encuentra?
C: Sí, porque yo me fui en el 89 y volví en el 2023. Fueron 34 años. Cuando me fui estaba enseñando en la Universidad del Valle y en el Conservatorio. Hay una anécdota que me viene a la mente: cuando llegué, hace un año, tenía avidez por encontrarme con los músicos colegas del pasado, y ver cómo podía reanudar mi relación con ellos; le mandé un mensaje a Alberto Guzmán y me respondió muy amable, pero recuerdo que se quejaba: "¡Qué bueno que volviste! pero qué lástima que el medio esté tan...". A él le daba la impresión de que a Cali se la estaba tragando la cultura de la salsa. De alguna manera, lo que hago, aunque no es tradicional-académico necesariamente, está muy basado en lo académico porque así ha sido mi formación, pero como tenemos la apertura a la improvisación, al experimentalismo, uno cubre muchos matices estilísticos dentro de un mismo espacio. Se me ocurre darte esa anécdota porque yo sí siento que Cali está lleno de salsa. A mí la salsa me gustaba más antes que ahora, tal vez porque me he alejado de ella. Una de las maneras como sobreviví en Nueva York fue tocando en orquestas de salsa. Fue una experiencia inolvidable porque allí realmente aprendí a tocar en clave, siguiendo ejemplo de pianistas buenísimos de Nueva York, que es donde se oye música latina y latin Jazz del mejor. Fue una experiencia muy positiva, pero me alejé de eso.
Pienso en una persona que, cuando llegué, me apoyó, y fue gracias a él que pudimos hacer nuestro primer concierto con un grupo que salió de aquí: Jaime Henao. Hicimos un concierto para inaugurar el Utopía Jazz Festival el año pasado, y fue con un grupo que se formó en este mismo ambiente, pero de ese grupo hoy solamente está con nosotros Sergio Flórez, el guitarrista. Y hay otro muchacho, Gabriel Lago, que no ha podido venir, pero estamos tratando de involucrarlo. Jaime Henao es un gran campeón de la salsa porque ha educado a una gran cantidad de personas con interés en música latina, aquí en Cali.
También me parece importante contarte que, cuando no tenía esta casa, nos encontrábamos en El Colectivo, la escuela de Jaime, donde nos reuníamos para hacer lo que quisiéramos. Eso es parte de lo que encontré cuando regresé. En ese grupo con el que hicimos el concierto de Utopía me pareció muy revelador encontrar a una persona como Gabriel que, además de jazz, se ha metido a hacer cosas muy experimentales electrónicamente, o como Irene Rodríguez, que tiene una manera muy particular de usar la voz. Ella hace sus propios talleres de lo que llama canto-terapia.
Afortunadamente tenía viejos colegas como Jesús Antonio Mosquera (que en paz descanse), un tiplista que también hizo música experimental en su momento. Es de las personas con las que hice mis primeros ejercicios compositivos, pedagógicos. También con Liliana Montes. Ellos fueron parte de ese grupo con el que el año pasado hicimos el concierto inaugural de Utopía. También me he encontrado con una orquesta que me parece vital como está funcionando: la Filarmónica de Cali, con los conciertos que ofrece regularmente. El sonido me agrada. Hay ciertos programas que han sido de bastante interés. La mayoría de orquestas sinfónicas, o todas, necesitan tener un predominio de la música tradicional orquestal para sobrevivir. También, en la Universidad del Valle, la Escuela de Música creció mucho. Cuando estuve allí como profesor, en los 80, no había orquesta, no había un coro tan grande, no había tanta actividad musical instrumental como la que veo ahora. Yo estoy un poco alejado de la universidad, de Bellas Artes y del Instituto Popular, pero si puedo entrar en colaboración con alguien de estos espacios estaría muy interesado en hacerlo. Otra persona con la que me encontré al regresar y me ha dado su apoyo es Adriana Guzmán; espero que en algún momento se una a nuestros proyectos.
J: Usted mencionaba que tiene una hermana en Francia. Curioseando un poco en internet, encontré un canal de YouTube en el que están subidas un par de obras suyas; se llama Alba Potes. ¿Es ella? También se lo pregunto porque quisiera conocer algo sobre sus composiciones.
C: ¡Ah! Alba no es familiar mía, pero fíjese que ella también es vallecaucana. Crecimos juntos en los 70 y 80. Ella enseñó en el IPC y estudió en la Universidad del Valle. Somos conocidos de vieja data y ha estado muy activa. Hizo un ciclo de conciertos llamado “Las Américas en Concierto”. No sé si has encontrado esa referencia. Ella me invitó a una de esas funciones, con el cuarteto de cuerdas Momenta. La violinista que toca la pieza, Emilie-Anne Gendron (https://www.emilieannegendron.com), es de ese cuarteto. Escribí una pieza expresamente para ese concierto y Emilie-Anne la interpretó. Es para violín y electrónica: "Surri Bachra Noscia", un homenaje a Bach, a Salvatore Sciarrino y a un canto árabe que se usa para musicalizar textos del Corán. De pronto tú has oído que en el Corán y en la religión musulmana lo que se canta no se considera música. La música en la fe musulmana no existe en el culto. Pero cuando uno escucha lo que hacen con las suras, con los llamados a oración musulmana, todo eso suena súper musical, es hermosísimo, pero para ellos no es música porque la música invita al placer corporal, y para ellos eso no tiene nada que ver con el rito musulmán y con la creencia. Pero en el misticismo islámico de los Sufi, esa sensualidad y belleza es aprovechada maravillosamente. Eso es interesante. Es una de las cosas que me ha gustado conocer de la cultura árabe, de lo musical. Esa es la raíz del título. El sonido de Bach también fue lo que más me motivó. La chacona en Re menor para violín solo fue una referencia; yo tomo ese acorde de muchas cuerdas en el violín y hago algo similar al comienzo, como si fuera el acorde completo del inicio de la chacona. Ese gesto lo utilizo un par de veces en la pieza. De ahí sale la alusión a Bach. Con Sciarrino, estudiando sus partituras, especialmente los preludios y analizando la técnica de escritura que tiene para las cuerdas, aprendí bastante de la manera de utilizar la sonoridad con muchos armónicos. Estudié sus partituras y extrapolé elementos de allí, experimentando en el violín aún sin ser violinista porque para escribir ese tipo de piezas necesito tener el instrumento en la mano, saber cómo funciona, cómo suena. Lo hice muy despacio, pero lo hice. Llevé a mi improvisación en el violín las cosas que descubrí en Sciarrino, que fue uno de los elementos que introduje en la pieza. Al final, se convirtió en un juego de palabras, un anagrama, así: Bach, Sciarrino y Sura = Surri Bachra Noscia.
J: Me gustaría que ahora me hablara un poco del Laboratorio. ¿Quiénes son las personas que lo conforman actualmente? ¿Hay, por ejemplo, algún rango de edad para ser parte de él?
C: Estamos abiertos a cualquier edad, y el rango de gente que tenemos en el grupo incluye a personas de 15 años, como Daniela Arévalo, personas de 40 como David Quesada y Juan Salvador Castañeda, y los 60 años como David Valencia, Federico Cadena y yo. Ese es el rango de edad. No todos tienen la música como actividad principal, lo que me parece muy importante, pero todos tienen familiaridad con ella para seguir la lectura de partituras, que también puede ser guiada si de pronto los niveles no están a la altura de lo que se pretende.
J: Cuando vi el afiche del Laboratorio me llamó la atención el nombre. ¿Cómo se trabaja con la creación en colectivo? ¿De qué manera se le da lugar a la experimentación en el grupo?
C: Curiosamente, en este momento ―tal vez lo has visto en los últimos ensayos―, estamos sobre todo leyendo. Pero si hubieses venido en un periodo que tuvimos de octubre a diciembre del 2023, que culminó con una muestra del trabajo, hubieras notado que todo fue música experimental e improvisación. Lo que se leía era muy aleatorio, del tipo experimental “clásico”, como partituras con grafías e improvisación libre. Ahora estoy tratando de juntar ambas cosas, la improvisación y la música completamente determinada. Tener ambas expresiones es lo que me interesa.
J: Viendo que las personas que conforman el grupo provienen de diferentes disciplinas y no son necesariamente músicos de formación, me gustaría saber cómo se imaginó el Laboratorio. Teniendo esa idea, ese germen, ¿se le ocurrió y buscó a la gente? ¿O se le ocurrió cuando encontró a estas personas?
C: Es una pregunta curiosa. Aún no existía el espacio cuando estaba negociando esta casa. El nombre de Laboratorio surgió porque en El Colectivo podíamos ofrecer diplomados o laboratorios. Entonces pensamos: "Hagamos algo pequeño, un laboratorio con determinadas horas al semestre", y elaboramos el afiche que viste. Todavía puede estar vigente porque sigo interesado en recibir más personas, que vengan y vean lo que está pasando. Ya hay algo que se está armando, y en octubre del 2024 cumplimos un año de trabajo. Se llama Laboratorio porque no quisimos hacer un diplomado, ya que implicaba algo más grande, y pensábamos que tal vez no había público para eso, ni el interés.
Por experimentalismo hemos entendido algo orgánicamente ligado a la improvisación, pero siguiendo ciertas pautas con lo que hacemos y analizando cada aspecto musical. Miramos el registro, el uso de alturas, el ritmo y la densidad, que es muy importante (qué tanta actividad musical hay, si las notas son largas o si hay muchos ataques). Entonces, nos ponemos de acuerdo para explorar con esas miradas qué podemos hacer con lo que improvisamos. En eso se basó el experimentalismo de lo que presentamos el año pasado.
Ahora, hemos convergido en estas piezas que sobre todo giran alrededor de los dos libros que estamos trabajando, uno de Daniella Torres (Jardín) y otro de Carolina Charry (Mamut)2. Desde que nos entregaron las copias me cautivó la idea de trabajar con ellos y me ha motivado mucho. Me he dedicado a escoger textos que me llaman la atención y a elaborar algo musical para ellos involucrando improvisación y escritura determinada. Eso es lo que está pasando ahora en el Laboratorio.
Encore. Sonoro Salvaje. Video de Fabián Libreros
J: Tengo otra duda, y lo pienso considerando a mi pareja porque ella no estudia música, pero para mí canta precioso, como un ángel. Carolina Romero, la profe de Coro Magno, suele tenerla en cuenta para proyectos cuando necesita cantantes. Creció en una familia en la cual madre y hermanas cantan, pero si le paso una partitura no podría leerla. Ahora está en una asignatura con la profesora Carolina que se llama “Improvisación Vocal”. De las dinámicas de clase que me comenta y los videos que me muestra, veo cosas muy similares a las que suceden aquí, y le pregunto: ¿Cuál es la idea que usted tiene de integrantes o de posibles integrantes? Me refiero a qué es necesario saber de música para estar acá. Veo que hay una parte pedagógica en la que se trabaja la lectura, pero ¿qué pasaría si alguien que no sabe de música tiene intención de entrar, cantar, improvisar? ¿Cuál es el prototipo del participante?
C: Es una pregunta interesante por la forma en la que estamos trabajando, y ha sido necesario que las personas desarrollen un nivel particular de lectura. El caso de Daniella Torres sería muy similar al de tu pareja, porque ella, a pesar de componer piezas que me parecen bellas, no leería una partitura a primera vista. A Daniella le sugerí que tomara clases de solfeo con un amigo que debes conocer, Adolfo Montaño, ¿te enseñó a ti también?
J: Vi con él Estudio Musical Básico I y II.
C: Entonces sí lo conoces. Y ahora que se acaba de retirar está trabajando con Daniella, individualmente. Me parece bien que Daniella se haya interesado en hacerlo porque a mí me interesa que ella crezca musicalmente de esa manera. Para lo que hemos hecho hasta ahora no se requiere que alguien lea música, y en lo que estás viendo hoy hay mucho que está girando alrededor de la lectura, pero no es una lectura que demande una experiencia muy grande. Sin embargo, yo proporcionaría las herramientas para que tu pareja, por ejemplo, si se integrara, o una persona que se integre y no sepa leer, pueda acceder a la partitura. Pero si esas personas no llegan a desarrollar una lectura de símbolos musicales, sí pueden desarrollar una lectura gráfica, como sucede con la partitura del "Hombrecillo". Así también podemos trabajar. Si en este momento alguien entra y no tiene ninguna familiaridad con la lectura, no estoy seguro de que pueda participar en todas las piezas que estamos montando, pero sí podría participar en varias.
Como ves, en el Centro de Creación Musical Interdisciplinario no se menciona la experimentación, pero para mí, el que sea un centro que involucre creación e interdisciplinariedad me da una directriz para lo que quiero hacer. Desde que comenzamos con este grupo que viste hoy, hemos trabajado con improvisación y experimentación. Las piezas experimentales eran particularmente experimentales, no como lo que estuvimos haciendo hoy que son partituras con grafías muy tradicionales, pero ya estamos hablando de interdisciplinariedad. Yo sabía que Daniella y Carolina son escritoras y estaban a punto de lanzar sus libros; también sabía que Natalia hace música y teatro; que Silvana es artista plástica, pero ha crecido en un ambiente musical con Sergio y su padre, que es flautista. Para mí, este grupo de personas que estuvo hoy, aquí, desde el comienzo se relacionó con lo que yo quería hacer de este espacio. Desde que los libros se editaron y tuve acceso a ellos, comenzamos a trabajar directamente en cómo podemos hacer música con los textos. Ahora estamos más involucrados en la interdisciplinariedad. Hay bastante elaboración en lo que estamos haciendo ahora. Para mí es importante. A veces temo que las personas que han venido aquí por la improvisación les desanime encontrarse con el rigor, la lectura y la ejecución, y esto tiene que ver con tu pregunta (sobre el acceso a este grupo). Yo diría que sí, que se necesita un conocimiento, pero también le diría que se va a encontrar con un grupo que no solamente improvisa, sino que además lee partituras y trata de combinar ambos mundos.
Sobre el autor
Juan David Prado Garzón (Cali, 1996) es psicólogo de formación y estudiante de noveno semestre de música en la Universidad del Valle. A través de su paso por el área de profundización en Musicología, encuentra una excusa para hacer converger su interés no solo por hacer música, sino también para leer, escribir y hablar sobre ella. Se encuentra realizando su proyecto de investigación alrededor de la escucha musical solitaria mediada por la tecnología en estudiantes de música de su misma universidad. Fue ganador del segundo puesto en el VI Concurso de cuento corto de la Universidad del Valle (2022). Ha sido publicado en el libro "Metamorfosis Cultural" (2021) y en la antología del Séptimo concurso Mirabilia de cuentos de ciencia ficción "El corazón inalámbrico" (2023).
En el semestre 2024-2 se abrió el espacio “Música sin fronteras” desde la Escuela de Música con el fin de explorar con diferentes géneros y estilos musicales.
Editados por Sic Semper ediciones, en Cali.